LAS GLOSAS EMILIANENSES

Aunque, en apariencia, el tema se aleja notablemente de lo que es el objetivo de esta web, es decir el euskara y la relación que este idioma pueda tener con Carcastillo-Zarrakaztelu, si se mira con algo de detenimiento, encierra características que nos lo acercan, tanto por las lenguas que se contienen en dichos escritos como por el uso ideológico, interesado, que se ha hecho en los últimos años de las mimas, muchas veces asentado en el mismo principio de hegemonía de unas hacia otras que subyace a la situación en la durante siglos, y en la actualidad, se encuentra la lengua vasca frente al castellano.

De esta misma situación nace el motivo que ha llevado a escribir este texto, que no es otro que la reacción de sorpresa o extrañeza que han manifestado algunos lectores de la entrada del “Romance navarro” acerca de lo que ahí se comenta sobre que el idioma romance en el que están escritas las glosas emilianenses no es castellano sino navarro, dicho así, si más referencias, casi de forma gratuita, cuando “todo el mundo” “sabe” que dichas glosas son el “origen, la cuna” del español moderno.

¿Qué son las glosas? Son anotaciones que un monje (no se sabe si sólo uno o varios) realizaron sobre un texto en latín, el llamado códice Aemilianensis 60, bien sobre palabras sueltas o bien como notas al margen con frases completas, al parecer con la intención de traducir el significado de palabras o frases en latín que no acababa de entender bien anotándolas en una forma más comprensible para él, tal vez con la intención de usar el texto para predicar (aunque hay quien piensa que, simplemente, eran anotaciones de un monje que estudiaba latín). Estas notas, glosas, están en latín vulgar muchas de ellas, en romance más de cien y dos en euskara.

Se llaman emilianenses porque fueron escritas en el monasterio de Suso de San Milán de la Cogolla (La Rioja).

Las glosas que aparecen en romance son las que despiertan tanto interés porque representan una ventana de un tiempo en el que el latín ya no se comprende a nivel social y hay que interpretarlo valiéndose de otras lenguas que el pueblo usa, en este caso, de un idioma ya nuevo, con su gramática, sintaxis, léxico… es decir, completo, que se puede distinguir claramente de su “progenitor”, porque ya no es latín, es otra lengua derivada de él, un romance. La mayoría son sólo palabras sueltas dentro de un contexto en latín, como ocurre en otros textos proto-castellanos más antiguos que estas glosas, pero hay una glosa más larga que traduce y adapta un sermón de San Agustín, que es una frase que representa un idioma completo, con todas las características que un idioma requiere para ser tomado por tal. Esta glosa supone, pues, una fotografía con flash, un flashazo que ilumina durante un instante breve y de forma parcial la oscuridad lingüística en la que está sumido ese tiempo pero que, en su humildad, permite soñar cómo sería el habla romance de esa región hace mil años.

La cuestión está en que dicha frase es la que se pretende sea algo así como el momento fundacional del español, al serlo del castellano. Aquí viene el lío y para tratar de centrarlo hay que tener presentes una serie de antecedentes:

1- Los idiomas son herramientas que tienen las personas para comunicarse entre sí, de forma oral, hablada; los idiomas se hablan. En algún momento de su evolución, la humanidad ha desarrollado la capacidad de representar de manera gráfica, escrita, eso que habla, pero el idioma es anterior a la escritura. Hay pueblos milenarios que siguen sin saber escribir lo que dicen y hay lenguas que se escribían hace miles de años y han desaparecido. El hecho de tener referencias escritas muy antiguas de una lengua no quiere decir que ésta naciera entonces sino, simplemente, eso, que hay referencias muy antiguas de escritura de esa lengua.

En el caso concreto de las glosas emilianenses, ni siquiera se puede decir que fueran escritas para durar, para ser leídas por otras personas, no son la obra de un escritor, sino apuntes para consumo propio de su autor. Además, la toma en consideración de su enorme importancia tiene poco más de un siglo: hasta entonces no habrían pasado de ser la constatación del mal hacer de un monje descuidado que emborronó un precioso texto latino al atreverse a escribir sobre él.

2- Los idiomas no nacen de la noche a la mañana ni en un único lugar, no son como un parto, son el resultado de un proceso evolutivo lento, que dura varias generaciones, de transformación de una lengua anterior debido a factores sociales, políticos, a la influencia de otros idiomas cercanos… Esto, que es obvio, en el caso concreto del latín como idioma usado durante varios siglos en buena parte de Europa, hizo que con la caída del Imperio Romano y la pérdida de control político y cultural de esos territorios, el latín vulgar que se hablaba en cada uno de ellos se fuera lentamente transformando, de forma diferente y en constante evolución en cada lugar, hasta llegar a convertirse en una serie de lenguas diferenciadas, romances todas, algunas todavía sanamente existentes y en permanente evolución, como el rumano, el italiano, el francés, el catalán, el occitano, el castellano, el portugués, el gallego…, otras algo más tocadas de salud, como el asturiano o el aragonés, y otras ya desparecidas, como el romance navarro (si es que éste no podría considerarse en sí mismo como una variedad de lo que en su día sería un romance navarro-aragonés-riojano). Todas ellas, además, con sus diferentes variantes dialectales. Por lo tanto, las glosas, en sí, no pueden ser ni el origen ni la cuna de nada; bastante tienen con ser el testimonio de la forma de hablar en su tiempo en esa región.

3- Debido a lo anterior, cuanto más atrás nos transportamos en el tiempo, cuanto más nos acercamos al latín vulgar en fragmentación, más parecidas son entre sí las diferentes lenguas que acabamos de mencionar, más cercanas a su antecesor común. Para los siglos X u XI, fechas en las que se datan las glosas emilianenses, el idioma romance en el que están redactadas es todavía un ancestro de alguno de los que con el tiempo se acabarían identificando con alguno de los romances peninsulares mencionados en el punto anterior, pero no es tan antiguo como para que en él no se comiencen a diferenciar ya elementos que posteriormente serán propios de unos y no de otros.

4- En el tiempo en el que se redactaron las glosas, siglos X u XI, La Rioja y el monasterio de San Millán de la Cogolla pertenecían en lo político y en lo cultural al Reino de Navarra, y en lo idiomático a una zona en la que todavía se hablaba euskara, como lo demuestra no sólo la abundante toponimia vasca de la comarca, sino el hecho de que dos de las glosas estén en ese idioma y de que en las que están en romance se aprecian ciertos rasgos vascos que hablarían de la condición bilingüe vasco-romance del glosador.

5- Tras el estudio lingüístico minucioso de las glosas, entre los filólogos hay discusión a la hora de asignar un apellido al romance de las mismas, a decidir de cuál de los idiomas romances que posteriormente se irían diferenciando y afianzando en su personalidad es antecesor este romance “riojano” que emplea el glosador con el ánimo de predicar, lo que equivale a discutir cuál era el idioma romance que se hablaba entonces en esa parte de La Rioja. Las opiniones van desde los pocos forofos castellanistas (que, eso sí, tienen que admitir que, de tratarse de castellano, éste lo es en un estado muy embrionario, poco reconocible en su evolución posterior y con un toque navarro-aragonés, o bien pasarse al eclecticismo para hablar de un “romance español”, como si sólo hubiera uno) a los más que directamente piensan que se trata de “aragonés”, lo que equivale a navarro-aragonés, en una variante riojana.

6- Las lenguas también mueren, o desaparecen de algunos lugares, siendo sustituidas por otras. No hay que ir muy lejos para darse cuenta de ello: en Carcastillo-Zarrakaztelu el euskara desapareció aunque el idioma no haya muerto y el romance navarro murió (salvo que éste se pudiera considerar una variante del navarro-aragonés-riojano, teniendo que concluir entonces que también ha desaparecido de esta zona). La lengua común mayoritaria aquí es, desde hace siglos, la castellana, no es ninguna adaptación del romance local evolucionado hasta lo que tenemos ahora. Del mismo modo, si las glosas emilianenses están en un idioma romance que no era castellano entonces y que nunca lo fue por evolución, se puede deducir que, a pesar de ser la primera manifestación escrita de un romance peninsular, o hispánico, fueron el antecesor de un idioma que o bien desapareció o bien, en el caso de que la lengua de la que era ancestro fuera la navarro-aragonesa-riojana, sigue existiendo como forma evolucionada en las hablas de los valles pirenaicos aragoneses.

7- Pretender, pues, forzando las razones históricas y las lingüísticas, según la mayoría de los filólogos, que el idioma romance que aparece en las glosas emilianenses sea el antecesor directo del castellano para que, de ese modo, lo sea también del “español” que hablan en la actualidad cerca de 500 millones de personas, más que con motivos de rigor científico parece que tendría que relacionarse con el deseo de buscarle a este idioma un pedigrí como lengua escrita muy vieja, una solera en el tiempo que, aunque no sea rigurosamente cierta, sirva para cimentar lo que Juan Carlos Moreno Cabrera denomina el “españolismo lingüístico” y que tan bien describe en su libro “Errores y horrores del españolismo lingüístico”.

Ver, además de la bibliografía mencionada en “Romance navarro”:

“Con o aiutorio de nuestro dueno Christo, dueno salbatore, qual dueno get ena honore et qual duenno tienet ela mandatione con o patre con o spiritu sancto en os sieculos de lo sieculos. Facanos Deus Omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua facegaudioso segamus. Amen”.